lunes, 30 de enero de 2012

La ósmosis de los ovarios.

Reír sin parar. Desahogarnos, quedarnos vacías. Mimarnos como nadie sin necesidad de contacto físico. Vernos, de repente, indefensas en un telesilla, sabiendo que vamos a llorar porque sólo lo hacemos esquiando y darnos cuenta que, para colmo, las tres estamos en la fase drama del ciclo hormonal. Adivinar las palabras del Tabú con pistas que nadie entendería. Hablar cantando. Seguir sorprendiéndonos de nuestras amigas, esas grandes y viejas conocidísimas, que todavía tienen alguna faceta por descubrir (un baile sensual, la agresividad ante el futbolín...). Abrir el baño sin pedir permiso y encontrarte a tu amiga lavándose los dientes con calcetines y sujetador (SÓLO con calcetines y sujetador) y que te parezca lo más normal del mundo. Disfrutar de cada pedazo de chocolate como si fuera el último. Intentar que te critiquen y no conseguirlo. Hacer un ángel en la nieve. Dar las buenas noches con conversaciones surrealistas que jamás recordaremos. Olvidar todas las preocupaciones. Reivindicar el uso nocturno de las bragas, todas con una misma voz, como si nos fuera la vida en ello (en las siestas ya discrepamos...). Desconectar. Mantener ocho millones de conversaciones diferentes, todas ellas impresionantes. Fortalecer el vínculo. Compartir. Entendernos a la perfección sin necesidad de abrir la boca. Echar los brazos hacia atrás y dejarte llevar por el viento.

A veces no hace falta hablar para superar un mal momento. A veces sólo hay que sentir esta COMPLICIDAD. Es como si estuvieras rodeada de pequeñas cosas grises que te hacen sentir mal, pero de repente llega el Monzón y se lo lleva todo a tomar por culo. Y donde había gris, hay colores. Chipirones de colores.

La unión hace la fuerza, la única fuerza capaz de superar a la de la ósmosis de los ovarios.



Al final nadie lloró.

¡Megggsíiiii poggg seggg tan geniales del coño!