domingo, 17 de abril de 2016

30 razones para morir tranquila a los 30



Sé que hay gente a la que le gusta cumplir años. No es mi caso. Este año en vez de un cumple he tenido que hacer un funeral, porque he dejado atrás la flor de la vida, los veintipico, esa maravillosa y desenfrenada década de hiperactividad y aprendizaje. Y como estaba en modo mamá-dame-prozaac, recordé aquello de que ser feliz o estar triste depende, en gran parte, de uno mismo, así que decidí buscar algo positivo a las patas de gallo, las ojeras cada vez más marcadas y las resacas que empiezan cuando todavía vas borracha. Creo que he encontrado 30 por los que ha valido la pena vivir 29 años completos. Si me muero mañana, aunque me hayan quedado muchas cosas por hacer, sabré que he cumplido los mínimos, y eso me mola.


1. Ver desovar tortugas en la playa y sentirme en total armonía con la Pachamama.
2. Cantar a dúo en un karaoke nicaragüense la tortura de Shakira y Alejandro Sanz y salir escoltadas del lugar.
3. Pasar una Nochevieja en la playa pero conseguir con unas monedas que nos dejen una ducha, una olla y un cucharón para tocar las campanadas.
4. Llamar hijo de puta a Mas en su cara.
5. Gritar “Teniente Dan” en una zona bombardeada de Vietnam.
6. Caminar tres días hasta ver aparecer el MachuPicchu.
7. Llorar en manifestaciones. Luchar por lo que es justo.
8. Ver un concierto de Extremoduro antes de morir (ellos).
9. Cumplir el sueño adolescente de tocar a tres Backstreet Boys sin ser adolescente.
10. Haber tenido el privilegio de ser quien acompañaba a mi abuelo en su último respiro.
     11.Vivir la sensación única que nace cuando un niño con autismo conecta contigo y te sonríe.    
     12.   Contemplar las cataratas de Iguazú sin un solo turista a tu alrededor.
     13.   Volver de una fiesta de jubilación con el sujetador en el bolso. 
     14.   Vivir sola. Compartir piso.
     15.   Coserme una oreja sin anestesia.
     16.   Sincronizar el asma con un amigo en un castillo hinchable en una discoteca
     17.   Ver ballenas, monos, perezosos, serpientes o delfines en su hábitat natural.
    18.   Acompañar a un niño en el hospital y que venga una persona inesperadamente con dos salteñas para que cenes y no estés sola.
     19.   Darlo todo bailando. Todo.
     20.   Ser tía.  
     21.   Disfrutar aprendiendo.   
     22.   Beneficiarme a un mulato.
    23.   Vivir una boda auténtica en un pueblecito cubano y tener que hacerme pasar por la novia para que alguien no pierda su taxi, literalmente.
   24.   Estar siempre rodeada de muchos amigos, muchos y de los buenos, hasta el punto de llegar al estrés social.
    25.   Vivir la experiencia de querer y ser correspondida, feliz. Vivir la experiencia de ser soltera, feliz. Sentirme infinitamente libre de los dos modos.
    26.   Viajar siempre de la manera menos guiri posible, comunicarme mediante dibujos con quienes viven allí, no parar de aprender compartiendo con personas totalmente diferentes.
     27.   Dedicarme a lo que me dedico.
     28.   Ver el amanecer en el Sahara y el atardecer en Atacama.
     29.   Vivir en diferentes pueblos y ciudades.
    30.   Encontrar quién soy una y otra vez, porque no somos estáticos. Sentirme orgullosa de la personalidad que he construido gracias a quienes me rodean.

Me he dejado mil y me faltan por cumplir mil más, pero de momento creo que cumplo con los criterios mínimos para ir hacia la luz y no quedarme como fantasma en el limbo de las cosas pendientes.

Y ahora me voy a hacer cosas de señora mayor.

lunes, 7 de diciembre de 2015

MIcrocuento



A veces se preguntaba por qué parecía la única soltera del universo. No le preocupaba, tenía una vida muy feliz. Además, ella no se podía conformar con la mayoría de hombres con novia que conocía. No, ella estaba bien sola, y si algún día estaba con alguien sería porque cumplía sus requisitos, porque una mujer no se vende a cualquiera, porque no depende de un hombre. Así que empezó a pensar en los requisitos mínimos que tenía que cumplir ese hombre.

Tenía que ser buena persona, muy buena persona. Atractivo, inteligente y bueno con casi todo, pero a la vez humilde. Tenía que ser alto, a poder ser moreno. No hacía falta que fuera especialmente guapo, ni que tuviera el índice de masa corporal recomendado por las revistas de moda, pero sí necesitaba unos dientes bien colocados, una sonrisa divina. Comprometido socialmente. Con las mismas ideas políticas que ella, claro. Que no desencajara en la familia. Sincero, muy pero que muy sincero. Comprometido, fiel, pero un poquito despegado, ella necesitaba su espacio. Es más, quería un hombre que pudiera estar ahí siempre que ella necesitara pero que desapareciera cuando ella quisiera estar sola o con sus amigos. Tenía que ser un hombre feminista, claro. Y con trabajo, con un buen trabajo relacionado con sus estudios. Que le gustara salir de vez en cuando, que supiera conjugar todos los tiempos verbales, que no se viciara demasiado con las consolas. Entre su edad y 5 años más. Que le gustase leer. Apasionado, pero que no le pidiera cosas que a ella no le apetecía. Tenía que estar en el punto exacto entre lo atrevido y lo tradicional. Desenfadado. Desaliñado. Sin gomina, por favor, sin camisas, por favor, pero con un buen perfume y una perfecta barba de una semana. Que le gustara viajar con mochila. Abierto, aventurero, que cuidara de las personas de su alrededor, pero sobre todo de ella sin que se notara, pues no le gustaba sentirse vulnerable. Debía dominar mínimo dos idiomas. Y ser de pelo fuerte y de manos grandes. Que le gustase Tarantino y odiase a Romeo Santos. Sobre todo, debía ser muy divertido, hacer reír a la gente y hacerles sentir a gusto en su compañía. Que se riera con ella, que valorase el humor negro, que la tratara genial pero aceptase que ella a veces no le trataría tan bien, pues podía ser muy borde. Que no fuera cursi, pero que le dijera lo que necesitaba cuando lo necesitaba. Cariñoso en un grado justo, sin llegar al empalague y sin ir de la mano por la calle. Mejor que viviera cerca, para verse a menudo pero no vivir juntos aún, ella valoraba mucho su independencia. Que supiera cocinar, y comer, que no midiera las calorías continuamente pero que no se hinchara de grasas trans. Que se moviera, pero no fuera demasiado deportista. Que no necesitara que su chica estuviera siempre a base de ensaladas, porque la vida hay que disfrutarla.

Y así siguió, elaborando su lista mental, sonriendo al imaginarse ese hombre que ella creía imperfecto, pero perfecto para ella. Dejó sus pensamientos y volvió a conectar con el mundo real al oír la voz de la enfermera. Y recordó su cama, su respirador y cómo su vida por fin terminaba, a sus 89 años, buscando todavía la perfecta imperfección.

jueves, 18 de junio de 2015

El estrecho se lo dejo a Meca



Es difícil echar de menos algo que no conoces. Yo sí había conocido el mar, aprendí a nadar lo justo para no ahogarme cuando era pequeña. Pero llevaba tantos años contemplándolo desde la orilla, que no lo echaba de menos. Nunca me ha parecido malo. En la orilla hacía castillos de arena, pasaba horas compartiendo toalla con personajes de todo tipo, me divertía jugando con los cangrejos y las gaviotas. La arena me proporcionaba todo lo que necesitaba.

Un día, sin premeditación, sin pensarlo, sólo porque sí, decidí meterme en el agua. Su color era diferente al de otros días. En realidad, creo que fue el mar quien me invitó a entrar. Me di un chapuzón rápido. El agua templó mi cuerpo, que parecía llevaba siglos congelado. Al principio no me fié e intenté mantenerme fría, pero la espuma y el brillo del agua me dieron confianza. No me asustaron las olas, sólo nadé unos metros por la superficie y, de repente, no sé cómo, volví a la orilla.

Desde ese día recuerdo lo que era bucear, por eso he empezado a echarlo de menos, pero te contemplo nadando en el mar desde el acantilado más escondido. Ni siquiera sabes que estoy ahí. Ni tú, ni nadie.
No soy de las que se tiran a la piscina, mucho menos al mar. Por un lado, las sirenas y los delfines apenas te dejarían verme. Por otro lado, las rocas podrían matarme y las olas son salvajes. A ti siempre te ha gustado surfear, pero yo soy demasiado frágil para plantarles cara.


Quien no se lanza, no gana, lo sé, pero a veces sólo se puede perder. Desde la cima del acantilado puedo quedar tocada, pero sólo si salto podría quedar hundida.