Hace dos días que entró en vigor la ley que prohíbe fumar en cualquier sitio menos en tu casa, así de forma resumida. Y ¿qué pasa? Que como no se hace una aplicación progresiva, una no cae, se pone a liar un cigarro y cuando se da cuenta (o cuando su amiga Nadia le grita: ¿qué haceeeeeees?) pues se lo está fumando en un restaurante. Sí, me he puesto roja como un tomate, todo el mundo se ha reído (más) de mí y encima no tengo excusa: había ido mil veces a ese restaurante en el que NUNCA se ha podido fumar.
Vamos, que no-aplicación progresiva no tiene la culpa, que la culpa la tiene mi parrismo crónico.
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